Cuando Rolo Sartorio empezaba la escuela primaria, sus hermanas Marcela y Mariana fueron quienes lo iniciaron en la música. Tenían discos de Los Twist, Charly García, Virus y Soda Stere. En su casa siempre había música. Su mamá escuchaba a Valeria Lynch; y su papá, tango. Fernando su padre, que hoy tiene 74 años, se había criado en un barrio de Dock Sud construido bajo las directivas de Eva Perón. Alicia, también de 74, venía de una casa de chapa y madera en el pasaje Magallanes, de Avellaneda.
El 27 de diciembre de 1988, Rolo, que entonces tenía 15 años, cruzó el Puente Pueyrredón junto a sus amigos y entró a la ciudad de Buenos Aires. La avenida 9 de Julio parecía un mar de cabezas: 150 mil personas querían ver a Soda Stereo, La Torre, Luis Alberto Spinetta, Fito Páez y los Ratones Paranoicos en el festival Tres Días por la Democracia. Rolo los vio a todos, pero cuando subieron los Ratones, con el frenético Juanse liderando, ocurrió por fin algo diferente. Algo que pudo haber sido una epifanía de música y actitud.
Un año después, la familia Sartorio dejó aquella casa de chapa y madera donde Rolo había pasado sus primeros años (una casa que entonces debía ser ocupada por un tío en apuros y su familia) y Rolo fundó un grupo que desde su nombre rindió homenaje a la banda de Juanse: se llamaba Sedan 1, como una canción del álbum Ratones Paranoicos. Era una típica banda de rock que hablaba de cosas de pibitos. "No quiero verte nunca más" y "Mal viaje" eran sus hits: rocanroles de guitarras con espíritu cancionero y líneas de bajo veloces en manos de Juan Garbarini, un fanático de Ramones traído de Valentín Alsina que respondía al apodo de "Coco" y que un tiempo después, en 1992, perdió la vida electrocutándose en un ensayo en el que sólo lo acompañaba el baterista.Con la tragedia adolescente, Sedan 1 se disolvió.
Mientras se daba el pequeño auge y luego la gran caída de su pequeña banda, Rolo se decidía a dejar la escuela en segundo año para dedicarse al fútbol.
Después vinieron la venta de ropa en la calle, el suministro de cerveza mexicana a los boliches del Conurbano sur, el remís Fiat Regatta, el trabajo de oficina y el flete F100 con el que, hasta hace tres años, todavía hacía repartos de papas fritas y papel higiénico.
Y vino La Beriso, la banda que Rolo formó en 1998, quizás en el mejor momento de la escena del rock barrial, cuando decidió que quería volver a tocar. El grupo vio pasar, antes de alcanzar su alineación definitiva en 2003, a 29 músicos: muchos de ellos llegaban leyendo un aviso en la revista Segunda mano que decía "Busco guitarrista para banda de rock". Un par de años después de empezar con las pruebas, Rolo se quedó con Emiliano Mansilla (en la guitarra), Pablo Ferradas (en la otra guitarra), Ezequiel Bolli (el bajista) y Javier Pandolfi (el baterista). Con esos compañeros, Rolo desarrolló un sonido melódico y compacto, y subió la voz hasta encontrar lo que consideró matices y gamas inexploradas para él. Con esos compañeros, se convirtió en cantante. Ahora Sartorio usa pantalones de cuero, remeras y gorras oscuras con las que cubre una calvicie heredada del abuelo materno, que arrasó en un par de años con los rizos colorados que enmarcaban su cara, y contra la que se resignó casi sin batalla. Con esos compañeros -que, de casualidad o no, son amantes del heavy metal-, Rolo cree también haber encontrado la fórmula mágica que conjuga su amor por la canción calamaresca con solos técnicos y estribillos potentes. "Después de mi familia, La Beriso es todo lo que tengo", dice. "Ahora la banda está en el nivel más alto desde que se inició este proyecto."
Rolo está convencido de que el éxito no es casual: el grupo repartió flyers apenas dos veces en más de quince años de historia y se cansaron de ver cómo los afiches que pegaban de noche en la calle eran retirados a la madrugada por los profesionales de la pegatina política. Pero siempre mantuvo el sacrificio de ensayar mucho y la responsabilidad de elegir buenos lugares para tocar.